lunes, 7 de mayo de 2012

"El que sabe... nada teme" (lecturas)

Anexo 1 HASTA EL DOMINGO
Capítulo I
25 de septiembre de 1992
Lucía se miró la bombacha con una extraña mezcla de nervios y alegría. Cerró la tapa del inodoro y se paró encima para poder verse mejor en el espejo del botiquín. Se ajustó la remera contra el cuerpo y se puso de perfil. Lo que vio no le gustó mucho: tenía el mismo aspecto flaco y sin gracia que ayer, y que la semana pasada, y que hace un mes, y que todos los días en que se subía al inodoro y se miraba al espejo.
Ella pensaba que cuando sucediera esto iba a estar distinta, que se le iba a notar en algún lado... Pero, por lo visto, nadie se iba a dar cuenta de que ahora ya era toda una mujer. y menos si tenía el pelo así atado,
¡Puaj!
Se soltó la hebilla y se pasó el cepillo. Estaba un poco mejor. Después, abrió la puerta despacito y salió por el pasillo, apretando las piernas y estirándose la pollera con la mano.
Cuando pasó por la cocina vio a Laura, la esposa de su papá, preparando la cena.
–¿Y papá? –preguntó.
–Hoy viene tarde, ¿no te acordás? –le contestó Laura casi con la cabeza dentro del horno.
Lucía fue hasta el living y marcó en el teléfono el número de la casa de su mamá.
–Usted se ha comunicado con el 5432850... En este momento no podemos atenderlo, pero deje su mensaje, y lo llamaremos... Gracias.
–¡Ma! –empezó a gritar Lucía con la última esperanza de encontrarla–. ¡Maaa! Atendé... ¿Ma? ¿Estás
ahí?.. Bueno, nada, chau.
¿Justo hoy tenía que salir?... Lucía fue a la cocina. Por lo menos estaba Laura. Abrió la heladera buscando algo para comer, sin saber siquiera si tenía hambre.
–¿A qué hora vuelve mi papá? –preguntó.
–A eso de las diez.
–¿Lo esperamos a comer?
–Como quieras –dijo Laura, y se dio vuelta para mirarla–. ¿Necesitás algo?
–Tengo hambre.
–Creo que ahí hay un poco de queso. sácalo, que yo también tengo hambre –dijo Laura–. Este horno anda como la mona.
–Mmmm –contestó Lucía con la boca llena, mientras se sentaba en un banquito de la cocina.
Laura la miró de reojo. Que Lucía se sentara en la cocina mientras ella cocinaba era raro. Señal de alerta,
pensó.
–¿Te pasa algo? –le preguntó.
–No... tengo hambre, nada más.
Lucía agarró el diario que estaba sobre la mesa y se puso a leer los chistes. Esto era más raro todavía, pero Laura sabía que mejor que preguntar, era esperar a que Lucía desembuchara sola, así que siguió lavando la lechuga, como si nada.
Lucía tragó saliva, y, tratando de parecer lo más natural posible, le preguntó de golpe:
–¿Tenés «Siempre Libre»?
Laura se dio vuelta con las hojas de lechuga chorreando agua, todavía en la mano.
–¿Te indispusiste?
–Sí –dijo Lucía. –¿En serio?! –y Laura corrió a abrazarla, sin soltar la lechuga, riéndose, gritando y diciendo pavadas.

–¡Cómo se va a poner tu papá cuando se entere! ¿Te imaginás la cara? ¡Qué bueno, Lucía! ¡Tenemos
que festejarlo! Vamos a comer afuera... No, mejor compremos helados... ¿Qué querés hacer? Laura y Lucía seguían abrazadas, empapándose la cara y la ropa con las lechugas, hablando las dos al mismo tiempo a los gritos, sin saber qué era lo primero que tenían que hacer en este caso. Lucía porque era la primera vez que le pasaba, Laura porque nunca sabía muy bien cómo hacer de madre.
–Laura, ¿tenés «Siempre Libre»? –volvió a preguntar Lucía.
–¡Huy, no! ¡Qué macana! A ver, vamos al baño.
–Laura... la lechuga –le dijo Lucía al ver que todavía la tenía en la mano.
–iQué tonta! –dijo Laura, arrojó desde lejos la lechuga a la pileta–. ¡Fah! ¡Qué puntería! Vení. No encontraron «Siempre Libre» ni nada que se le pareciera por toda la casa.
–Vamos a la farmacia –dijo Laura, y agarró la cartera con una mano y a Lucía con la otra.
–No, pará –se resistió Lucía–. No puedo salir así.
–Cierto, yo bajo, apagá el horno.
y diciendo esto, Laura salió y dio un portazo, pero al instante tocó el timbre.
–Te olvidaste la plata –dijo Lucía, que ya conocía sus despistes.
–No, es que son como las nueve, y la farmacia de acá abajo va a estar cerrada. Miremos en el diario dónde hay una farmacia de turno.
Encontraron una que quedaba a cinco cuadras. Laura volvió a salir, y Lucía, para esperarla, se tiró a ver
tele en el sillón sin olvidar estirarse la pollera.
Suerte que estaba Laura, pensó Lucía, aunque seguro que mi mamá ya tiene los «Siempre Libre»
preparados, por las dudas. Bueno, uno no puede prever dónde se va a indisponer la primera vez. Las otras
veces tampoco, claro.
Voy a tener que tener «Siempre Libre» de la casa de mamá y «Siempre Libre» de la casa de papá, como repartía las cosas cuando era chiquita.

Anexo 2 LAS DOS CARAS DEL PLAYBOY
La charla
Antes de que terminara el recreo me enteré de que mis amigos se habían subido a un ventanuco que da al
vestuario de las chicas para intentar hablar con Inés. Bueno, me enteré yo y se enteró todo el colegio. Por lo
visto unas niñas que estaban desvistiéndose vieron a Miguel y empezaron a gritar como locas. Luego se chivaron a la profesora de ballet y la profesora de ballet a don Aurelio, nuestro tutor, que seguro nos daría la charla aprovechando que teníamos tutoría. A mí, la verdad, me daba bastante igual; ya nada podía deprimirme más de lo que estaba. Solo pensaba en llegar a casa, agarrar el maldito Playboy, retorcerlo entre
mis manos y llevárselo a Nacho. Además, lo bueno de la tutoría era que, si no te interesaba el tema, podías
desconectar, porque sabías que no te iban a hacer un examen. Aunque precisamente los temas de tutoría
eran los que más nos interesaban y no solo no desconectábamos sino que nos peleábamos por tener la
palabra.
Eso era lo que solía ocurrir en días normales, pero hoy todos estábamos seguros de que don Aurelio, además de darnos la charla, repartiría algún castigo ejemplar entre los culpables. Y lo malo es que al final
saldría a relucir el motivo por el que mis amigos habían trepado hasta el ventanuco del vestuario de las chicas e Inés no me volvería a dirigir la palabra.
Nada más ver aparecer a don Aurelio, se me puso el estómago en la garganta. Y el cerebro bloqueado por
un cepo9 invisible. Por más esfuerzos que hacía, no conseguía enterarme de lo que nos estaba diciendo.
Hasta que pronunció una palabra que desactivó el cepo: «sexo». ¿La había dicho realmente o estaba yo tan
obsesionado con el Playboy que le había entendido mal? Seguí escuchando:
–Creo que ya es hora de que abordemos un tema que en este momento estáis descubriendo y que sé que
os preocupa a todos: la sexualidad.
La clase entera, excepto yo que estaba demasiado preocupado, soltó la carcajada.
–Vuestra risa me demuestra lo necesitados que estáis de educación sexual –siguió diciendo–, porque no
creo que lo más natural que tienen las personas, que es su sexo, pueda ser objeto de risa. Así que prefiero
pensar que es el nerviosismo y la falta de madurez en este tema lo que os hace actuar de manera tan infantil.
Enseguida nos pusimos todos muy serios para demostrar que no éramos nada infantiles y que sabíamos
de sexo bastante más de lo que él pensaba, que en Lengua quizá pudiera damos muchas lecciones, pero en
cuestiones de sexo éramos unos verdaderos expertos.
Yo pensé que empezaría con el tema de la reproducción de las plantas y de los animales antes de empezar a hablarnos del útero, de los ovarios y de los testículos, como había hecho el Avelino en sexto. Por eso me quedé muy sorprendido cuando dijo:
–La sexualidad es algo maravilloso, además de disfrutar de nuestro cuerpo, es la forma que tenemos para
expresar nuestra atracción o nuestro amor por una persona.
Nos quedamos mudos por el modo en que abordó la cuestión. No se oía ni el sonido de nuestras
respiraciones. Y eso era señal de que el tema nos interesaba mucho.
–A vuestra edad hay una serie de hormonas que de pronto empiezan a trabajar a tope. Eso os despierta
una curiosidad por el sexo contrario que no habíais sentido hasta el momento. Incluso hay días en que parece que solo existe eso y a uno le cuesta un esfuerzo terrible concentrarse en una clase de Lengua o de
Matemáticas.
Por las caras de los demás veía que, al igual que yo, estaban flipando10. Parecía como si don Aurelio nos
estuviera leyendo el pensamiento, porque eso era exactamente lo que me ocurría a mí hoy.
–Además vuestro cuerpo está sufriendo unos cambios muy bruscos, que a veces pueden resultar difíciles
de asimilar. Os sale vello, os crecen los órganos sexuales...
No pude reprimir mirar en dirección a Inés y me quedé embobado con ella. Luego vi que Miguel y Edu
cruzaban una sonrisa de medio lado, porque ya nadie se atrevía a reírse. Don Aurelio hizo una pequeña
pausa, supongo que para observar nuestras caras, que se movían entre la expectación, el asombro y el
nerviosismo, y continuó:
–Lógicamente sentís la necesidad de explorar todas esas novedades que están ocurriendo en vuestro
cuerpo. Pero de vosotros depende que ese descubrimiento sexual sea un instinto puramente animal o se
convierta en algo maravilloso, que os permita crecer como seres humanos.
Cuando don Aurelio dijo lo de "instinto puramente animal", Miguel le pegó a Edu tal codazo que casi se
cae de la silla. Si Nacho hubiera estado, habría hecho lo mismo conmigo, lo conozco. Don Aurelio lo vio y le dijo:
–Miguel, si hay algo que quieras comentar, puedes hacerlo.
Miguel, que no se corta un pelo, en lugar de callarse, le preguntó:
–¿Qué ha querido decir con lo de "instinto puramente animal"?
Yo pensé que don Aurelio le iba a regañar por estar siempre dando la nota y hacer preguntas impertinentes, pero me quedé bocas cuando dijo:
–Gracias por la pregunta, Miguel; eso es lo que quiero, que me interrumpáis y me planteéis todas las
dudas que tengáis sobre el tema. A lo que me refiero es a que uno puede actuar como el resto de los
animales, esto es, satisfaciendo simplemente los instintos sexuales, sin buscar otra cosa que el placer por el
placer, sin tener en cuenta los sentimientos propios ni ajenos, o uno puede disfrutar de la sexualidad como
una manera de quererse, de conocer mejor el propio cuerpo y de compartir sus sentimientos con los demás.
Sentimientos que van desde la simple atracción física hasta el verdadero amor.
Yo estaba maravillado de lo bien parado que había salido don Aurelio del marrón en que lo había metido
Miguel y, sobre todo, de la naturalidad y la claridad con que hablaba de un tema tan comprometido, como si
estuviera dando su clase de Lengua. Pero ni don Aurelio ni siquiera nosotros, que lo conocemos casi tan bien como si lo hubiéramos parido, éramos conscientes de lo bestia que puede llegar a ser Miguel cuando se pone a ello y de lo difícil que le resulta morderse la lengua cuando se embala. Así que no tengo palabras para decir cómo me quedé al oír la nueva pregunta de Miguel, porque nunca había experimentado una sensación parecida:
–¿Cuándo habla del placer por el placer se refiere usted a hacerse una paja?
Todos aguantamos la respiración hasta quedarnos morados, pensando que don Aurelio le montaría un
pollo11, le echaría de clase y se acabaría la charla, por eso nos quedamos de piedra cuando respondió tan
tranquilo, sin que las palabras explotaran en el aire:
–Masturbarse o hacerse una paja, como dices tú, es algo natural, sobre todo, a vuestra edad. Siempre,
claro está, que no se convierta en la única manera de entender o de vivir la sexualidad, o en una obsesión.
Porque la sexualidad de las personas es mucho más compleja, no puede reducirse únicamente a lo genital,
esto es, a la masturbación o al coito. Una mirada, una caricia o un beso pueden a veces llegar a tener mucha
más fuerza o intensidad. Y en esto, creo que no hay que quemar etapas, pues, aunque tanto los chicos como
las chicas estáis físicamente preparados para la reproducción, para tener hijos, no es así psicológicamente. Y a veces, por creer que los demás lo han hecho, por no ser menos, o por creer que así uno va a hacerse
mayor antes, se hace de una manera forzada que incluso puede provocar daños psicológicos, como la incapacidad para sentir placer al realizar el acto sexual, la incapacidad para amar, la falta de autoestima...
–Entonces, ¿a qué edad cree usted que está uno preparado para hacer el amor? –le interrumpió Miguel.
Pasado el shock inicial, todos nos sentíamos agradecidos de que Miguel tuviera las agallas necesarias
para preguntar todo aquello que nosotros no nos atrevíamos, pero que nos interesaba enormemente.
–No hay una edad para hacer el amor. Cada persona es un mundo y hay distintas circunstancias. Pero yo
creo que, en primer lugar, uno debería estar muy enamorado y muy seguro de que lo quiere hacer con esa
persona, además de estar psicológicamente preparado; tampoco debería haber dudas de ningún tipo ni el
riesgo de un embarazo no deseado.
Miguel, que, una vez agarrada la palabra, ya no estaba dispuesto a soltarla, tenía la mano levantada para
hacer una nueva pregunta, cuando de pronto sonó el timbre. Entonces la clase se convirtió en un clamor de
protestas. Don Aurelio debió de fliparlo porque era la primera vez que ocurría tal cosa. Entonces, y para
apaciguar nuestros ánimos exaltados, dijo:
–Como veo que es un tema que os interesa mucho, seguiremos hab lando de ello en la próxima tutoría.
Eso no nos calmó demasiado y le pedíamos a voces continuar la tutoría en lugar de tener Inglés. Nos dijo
que eso no era posible, que él tenía clase de Lengua con los de primero de la ESO, pero que lo que
podíamos hacer era escribir en un papel todas las dudas que tuviéramos sobre el tema y se lo entregáramos
para comentarlas en la próxima tutoría.

¿Es sana la masturbación?
La masturbación es una alternativa de práctica sexual que te ayuda a conocer tu cuerpo y a ir descubriendo cómo responde a la estimulación sexual. Es una forma de obtener placer y de  relajarse ante el estrés o simplemente de liberar la tensión sexual acumulada. Muchas personas se masturban mientras fantasean o recuerdan sueños eróticos y esto les produce sensaciones muy placenteras. Además esta estimulación puede ser parte de la relación sexual de la pareja; por  ejemplo, uno puede observar al otro mientras lo hace y aprender cóm o le gusta ser acariciado. La masturbación es una práctica sana y una buena alternativa si aún no te sientes listo para tener relaciones sexuales. Todavía subsisten mitos y una gran desinformación que satanizan la masturbación. Sin embargo, los médicos coinciden en que no causa ningún daño psicológico o físico (siempre y cuando guardemos las medidas higiénicas necesarias, como masturbarnos con las manos limpias). Algunas personas deciden abstenerse de practicarla pues se contrapone a sus creencias religiosa s. (Fuente: Juan L. Álvarez, y Paulina Millán, Sexualidad: los jóvenes  preguntan, México, Paidós).
Si por masturbarte quitas tiempo al estudio, al sueño, a la relación social, a la comida, al trabajo… entonces hay que tratarlo de la misma manera que si te vuelves adicto a comer, a beber, a las drogas, a la limpieza, a morderte la uñas o a arrancarte los pelos. (Fuente: Anabel Ochoa, Mitos y realidades del sexo joven, México,
Aguilar de Ediciones, 2001).


1 comentario:

  1. ME INTERESO ESTE TEMA Y ME GUSTARIA QUE ME EXPLICARA MAS SOBRE ESTE TEMA DE LA MASTURBACION

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